Una reseña de Joker: Folie à Deux. Contiene spoilers.
La película de Joker de 2019 es un drama competente, con una muy buena cinematografía y un gran soundtrack, elevado gracias a una impresionante actuación a cargo de Joaquín Phoenix y una inspirada edición (ejecutada por Jeff Groth), una edición tan buena que hace parecer a la película más profunda de lo que en realidad es. A pesar de una recepción crítica mixta, la película fue un gran éxito, Joker encontró una audiencia, un considerable grupo de personas se vieron identificadas con el predicamento de Arthur Fleck. Una de las tesis principales detrás de esta primera entrega era que el humor es subjetivo, la forma de saber si un chiste funciona o no es si la audiencia se ríe (aunque claro, la buena comedia tiene una estructura), pero al final del día, no controlamos lo que nos hace reír, por lo que, de acuerdo a la primera entrega, podía existir una persona con un sentido del humor tan retorcido que encontraba los aspectos más mórbidos de la experiencia humana como graciosos. Esta tesis de la subjetividad del humor se encuentra plasmado por las múltiples instancias de humor negro que hay en la primera entrega, pero creo que la única ocasión en la que esa primicia es bien lograda es cuando Arthur, a punto de transformarse en el Guasón, mata a su abusivo compañero de trabajo, Randall, enfrente de Gary; Gary es una persona pequeña y, en su pánico, trata de huir del departamento de Arthur, pero no alcanza a quitar el seguro, por lo que tiene que pedirle a Arthur que quite el seguro y lo deje salir. Recuerdo haber visto esa escena en el cine por primera vez y soltar una carcajada cuando Gary no podía salir, sabía que no debería de hacerme reír, pero lo hizo. Por desgracia, el resto de la película no era igual de desafiante con su material.
Cinco años después llega la secuela de la mano de básicamente el mismo equipo creativo: Todd Phillips vuelve tras la cámara, así como co-guionista (comparte créditos con Scott Silver en ese departamento), la edición sigue a cargo de Jeff Groth, y el soundtrack fue compuesto, de nueva cuenta, por Hildur Guðnadóttir; mientras que Joaquín Phoenix está de regreso como esta versión del Guasón, pero ahora está acompañado de Lady Gaga como Lee Quinzel.
Esta idea, convertir a la secuela en un musical, es tan contra-intuitiva como lo es inspirada, el tipo de idea que en manos de un cineasta más capaz sería un golpe de genialidad [...]
La trama consiste, esencialmente, en llevar al Guasón a juicio por los crímenes que cometió en la película anterior. Por su parte, la defensa se centra en dos argumentos principales: Arthur es incapaz de ser sometido a juicio por sus evidentes problemas mentales, y, el segundo es que Arthur padece de mentalidad múltiple, siendo el Guasón una personalidad distinta a él, su “sombra”, la película inicia de esa forma, con una secuencia animada en el estilo de las viejas caricaturas de Looney Tunes, donde vemos como la sombra de Arthur se apodera de él antes de salir al programa de Murray Franklin y matarlo en televisión en vivo, solo para abandonar a Arthur justo antes de que llegue la policía. Esto parece un ángulo interesante para abordar una secuela completamente innecesaria, después de todo, no es disimilar al argumento de personas como Alex Jones, quienes, después de años de alimentar a su audiencia con teorías de conspiración, cuando por fin fue llevado a juicio, su defensa se fundamentó, en parte, en que, cada vez que sale al aire, es solo un personaje, una actuación, y, por lo tanto, debería estar libre de culpa.
Este aspecto también es interesante porque no es solo Arthur quien está en juicio, sino también la audiencia, especialmente aquellos que lo vieron como un héroe o, por lo menos, el símbolo de un movimiento. Este no es el peor de los instintos, sobre todo si consideramos el homicidio de Murray Franklin, el presentador del programa nocturno que Arthur veía con su mamá, y con el cual estaba claramente obsesionado (no por nada la primera entrega fue comparada con The King of Comedy de Martin Scorsese). Murray no es inusualmente cruel con Arthur, no más allá de lo habitual en un late show; sin embargo, cerca del desenlace la audiencia espera anticipadamente el momento en el que Arthur lo mate, y sucede. Este enfoque es interesante, porque el castigo de Murray es completamente desproporcionado a su pecado, no ha hecho algo tan terrible como para que esperemos con ansias su muerte, pero aún así lo hacemos. Por desgracia, la secuela no está interesada en explorar estas ideas a fondo, al final, Arthur es patético, y es retratado como tal, una persona incapaz de aceptar las consecuencias de sus actos, una víctima perpetua: primero de su madre, y luego de la sociedad. Tampoco es muy inteligente, en el juicio su vida está en juego y prefiere estar haciéndose ojitos con la única chica suficientemente valiente para tocarlo de una forma íntima; reitero, la película deja muy en claro que Arthur es patético, no porque la sociedad así lo hizo, sino por elección propia.
Así, la película está compuesta por elementos interesantes, utilizados únicamente de forma increíblemente superficial por Phillips [...]
A pesar de todos los problemas que tiene la ejecución de la trama, como la falta de interés en cuestionar o explorar a su personaje principal, y de paso a la audiencia, lo más decepcionante de Joker: Folie à Deux es lo aburrida que es; esta segunda entrega causó más polémica por su género (el musical), que por su violencia y temas. Aunque Todd Phillips y el departamento de marketing han hecho hasta lo imposible por minimizarlo, la verdad es que la película es un musical hecho y derecho: las emociones de los personajes son presentadas por medio de números musicales, que conforman la mayor parte de la duración de la película. Esta idea, convertir a la secuela en un musical, es tan contra-intuitiva como lo es inspirada, el tipo de idea que en manos de un cineasta más capaz sería un golpe de genialidad; y no es una idea completamente descabellada, después de todo, en la primera entrega la música juega un papel crucial en el nacimiento del personaje, en la escena “bathroom dance”, por ejemplo, podemos apreciar como, tras su primer triple homicidio, el Guasón nace frente a nuestros ojos, por medio de un baile. Sin embargo, Phillips parece incómodo con el género, o, en el mejor de los casos, completamente inadecuado para cumplir con sus exigencias. En un buen musical debe de haber un ritmo en las escenas, el movimiento de cámara debe sentirse como música (un ejemplo reciente de esto es la fenomenal versión de West Side Story de Steven Spielberg, donde el movimiento de la cámara se siente como jazz, es jazz, de tal forma que la película se siente musical, aunque no haya un número musical en pantalla), al igual que Tom Hooper en su adaptación de Cats, Phillips parece, en el mejor de los casos, desinteresado en los números musicales, la cámara parece moverse exclusivamente en lentísimos zooms con la cámara montada en un dolly, y paneos poco dinámicos, en otras palabras, la cámara nunca canta. Hablando de canciones, las interpretaciones de la selección musical son increíblemente decepcionantes, cantadas al ritmo más lento posible, en un tono tan bajo y monótono que parecen más susurros que baladas de amor, lo cual es absolutamente desconcertante si tienes a Lady Gaga en el elenco. Phillips contó en esta entrega con un presupuesto envidiable, y una libertad creativa que francamente no se ha ganado, y es absolutamente decepcionante (pero bastante revelador) lo que decide hacer con esos recursos, tiene el privilegio de usar el formato premium por excelencia (Imax de 70mm), pero centra la mayor parte de la elección en un juzgado, con un bloqueo menos que inspirado (un ejemplo exitoso de grandes formatos, en espacios confinados, logrado a través de composición y bloqueo, está en The Hateful Eight de Quentin Tarantino, quien grabó con cámaras Ultra Panavision de 70mm y centró casi la totalidad de la película en una cabaña), los números musicales (que, de acuerdo a la propia película, son pura fantasía), toman lugar, en su mayoría, en sets de programas de televisión, con muy pocos personajes en pantalla, no hay algún elemento de la coreografía, composición, bloqueo, o movimiento de cámara que justifique la cantidad de dinero invertida en este proyecto, por lo que, en ese sentido, Joker: Folie à Deux es una decepción doble.
A la creciente lista de frustraciones se añade el personaje de Lee Quinzel (interpretado por Lady Gaga), que se supone debe de ser Harley Quinn, pero esta interpretación del personaje es tan alejada del originalmente concebido en la serie animada, que es difícil llamarla por ese nombre. Aquí, Lee Quinzel parece ser el avatar de los fans de la película original, una persona rica que no tiene problemas mentales, pero que de igual forma los idealiza, al grado de inscribirse voluntariamente en Arkham; en otras palabras, es una turista de la miseria, que fetichiza al Guasón, al grado de solo poder tener relaciones sexuales con él solo si el triste maquillaje de payaso adorna su rostro. De nueva cuenta, el problema no está en la idea en sí misma, pues pudo haber sido interesante, hay potencial narrativo ahí, pero, al igual que el resto de elementos inspirados de la película, está increíblemente desperdiciada, junto con el talento actoral y musical de Gaga.
Así, la película está compuesta por elementos interesantes, utilizados únicamente de forma increíblemente superficial por Phillips, quien claramente no tiene el interés alguno en explorarlos a fondo, pues no hace nada con ellos; al igual que el personaje titular, la película solo quiere presentar la apariencia de profundidad, sin tener la curiosidad intelectual -ni la audacia- de indagar más profundo; de esta forma, estos elementos interesantes se vuelven el triste maquillaje de la película, una máscara diseñada para engañar a la audiencia, con la esperanza de que esta los confunda con algo más profundo.
A pesar de todo lo anterior, el aspecto de Joker: Folie à Deux que más me causó conflicto fue el incesante nihilismo y misantropía, no que la película abordara estos temas, pues al ser elementos de la experiencia humana, es válido retratarlos por medio del arte, pero Phillips usa estos elementos de una forma tan desinteresada e irresponsable que francamente me molestó. Cerca de la mitad de la película se vuelve evidente que Phillips no tiene intención alguna en explorar a profundidad el personaje de Arthur Fleck, tampoco tiene interés en hacer un comentario sobre la salud mental, el trato que se le da a los pacientes de las instituciones mentales, el sistema judicial, el abuso de poder por parte de la policía, la explotación y fetichización de los problemas mentales por parte de gente perfectamente sana (ya sea por capricho o por añadirle algo de emoción a su vida); no, el único motivo por el cual la película tiene todos esos elementos es por que Todd Phillips así lo quiso, porque era el sabor de la semana y Philips lo quería por montones.
Al final del día, Joker: Folie á Deux es una película incapaz de comprometerse, tanto con su género como con sus ideas, que explota elementos serios para darse la apariencia de prestigio y profundidad. Una de las peores películas que he visto en el año, y una que dudo volveré a ver en mi vida.
Aspectos Técnicos:
Título original: Joker: Folie à Deux.
Dirección: Todd Phillips.
Guión: Scott Silver & Todd Phillips.
Elenco principal: Joaquín Phoenix, Lady Gaga, Brendan Gleeson.
Edición: Jeff Groth.
Música: Hildur Guðnadóttir.
Cinematografía: Lawrence Sher.
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